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viernes, 22 de junio de 2012

Vygotskiy y Luria


ESTUDIOS SOBRE HISTORIA DE LA CONDUCTA.
MONO, HOMBRE PRIMITIVO, NIÑO.

En: A. R. Luria and L. S. Vygotsky. Ape, Primitive Man, and Child: Essays in the History of Behaviour. Ed. Harvester Wheatsheaf, 1992.


Traducción: Efraín Aguilar
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Capítulo 2
EL HOMBRE PRIMITIVO Y SU CONDUCTA
L. S. Vygotskiy
(Segunda parte)

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La conexión entre pensamiento y desarrollo del lenguaje en la sociedad primitiva


Hallamos esa misma vía del desarrollo en otra esfera crucial de la psicología del hombre primitivo: lenguaje y pensamiento. Como en el caso de la memoria, aquí de nuevo deviene aparente que el hombre primitivo es diferente del civilizado no solo en que su lenguaje es más pobre, crudo y menos desarrollado, como sin duda lo es. Sin embargo, al mismo tiempo el lenguaje del primitivo nos impresiona por su vasta riqueza de vocabulario. Lenguajes tales son muy difíciles de aprender y entender, primero porque superan mucho a los del hombre civilizado en términos de riqueza, abundancia y exuberancia de varias designaciones que no existen en nuestra lengua.

Lévy-Bruhl y Pensch señalan de modo correcto que hay un estrecho nexo entre esas características duales del lenguaje del hombre primitivo y su extraordinaria memoria. La primera cosa que impresiona del lenguaje del hombre primitivo es precisamente la vasta riqueza de designaciones a su disposición. Las designaciones concretas permean tales lenguas; los detalles concretos son expresados mediante una vasta cantidad de palabras y expresiones.

Gatschet escribe, “Nosotros intentamos hablar con precisión, mientras un indio bosqueja mientras habla; nosotros clasificamos, él individualiza”. [15] Por esas razones, el habla del hombre primitivo, en comparación con nuestro lenguaje, en realidad asemeja una descripción compleja sin parar, fiel, plástica y fotográfica de un evento, con los más finos detalles.

El desarrollo del lenguaje se caracteriza por una tendencia gradual, para esta enorme abundancia de términos concretos, a desaparecer. Los idiomas de los australianos, por ejemplo, casi no tienen palabras: denotan conceptos generales, mientras están inundados por un vasto número de términos específicos que distinguen cuidadosamente las características y la individualidad de los objetos.

Ayer, al referirse a los australianos dice, “No tienen palabras generales como árbol, pez, ave y demás, sino solo términos específicos aplicables a cada especie de árbol, pez o ave". [16] La misma ausencia se palabras para árbol, pez y ave, acompañada del uso de nombres propios para todos los objetos y creaturas, ocurre con otros pueblos primitivos.

Los tasmanios no tienen palabras para designar cualidades tales como dulce, caliente, duro, frío, largo, corto o redondo. En lugar de “duro” dicen “como piedra”; en lugar de “alto”, “piernas altas”; en lugar de “redondo”, “como bola, como la luna”, y añaden un gesto explicativo. De manera similar, en el archipiélago Bismarck no hay palabras para los colores, los cuales son designados del mismo modo al nombrar un objeto que los representa.

De acuerdo con Powers, “En California no hay especies o razas. Cada roble, cada pino, cada tipo de pasto tiene su nombre especial". [17] Todo esto genera la enorme riqueza del vocabulario de las lenguas primitivas. Los australianos tienen nombres separados para casi cada pequeña parte del cuerpo humano; por ejemplo, en lugar de “mano” tienen varias palabras para denotar la parte superior de la mano, el frente de la mano, la mano derecha, o la izquierda, etc.

Los maoríes tienen un sistema excepcionalmente completo de nomenclaturas para la flora de Nueva Zelanda, con nombres especiales para los árboles machos y hembras de ciertas especies. También tienen nombres separados para los árboles cuyas hojas cambian de forma en los diferentes estadios de crecimiento. Los pájaros Coco o Tui tienen cuatro nombres: dos para los machos y dos para las hembras, dependiendo de la estación; hay diferentes palabras para la cola de un pájaro, la cola de un animal y la de un pez. Hay tres palabras para denominar al loro, cuando descansa, está enojado o asustado.

La tribu Bavenda de Sudáfrica tiene un especial nombre para cada tipo de lluvia. Los indios norteamericanos poseen un vasto número de definiciones precisas, casi científicas para las nubes de varios tamaños y para describir el cielo que son bastante intraducibles.

Lévy-Bruhl además dice que, “Sería inútil buscar cualquier cosa parecida en las lenguas europeas”. Una tribu, por ejemplo, tiene una palabra especial para denotar el sol que brilla entre dos nubes. Es casi imposible contar el número de nombres en lenguas tales. Una de las poblaciones primitivas del norte, por ejemplo, tiene muchos términos para las diferentes especies de renos. Hay una palabra especial para cada reno de 1, 2, 3, 4, 5, 6, y 7 años de edad; veinte palabras para hielo, once para el frío, cuarenta y uno para la nieve en sus diferentes formas y veintiséis para congelar y descongelar, etc. Por esta razón es que se oponen al intento de hacerles cambiar su lengua por el noruego, que hallan demasiado pobre en este aspecto”. También sucede esto para el vasto número de nombres propios dados a los más diferentes objetos.

Entre los maorís de Nueva Zelanda, cada cosa tiene su nombre propio. Sus botes, casas, armas, hasta sus ropas —cada simple objeto recibe nombre. Todas sus tierras y caminos tienen su propio nombre, como las playas alrededor de las islas, los caballos, las vacas, los cerdos, hasta los árboles, riscos y vertientes. En el sur de Australia cada cordillera y cada montaña tienen su propio nombre. Los nativos saben el nombre preciso de cada colina individual, así que la geografía del hombre primitivo parecería mucho más rica que la nuestra.

En la región Zambezi, cada pedazo de terreno, cada loma, montículo o pico de una cordillera, así como cada manantial, prado o planicie, y cada área y lugar son conocidos por un especial nombre. Tal como lo observó Livingston, tomaría una vida entera descifrar el significado de cada uno de los nombres.

Tal riqueza de vocabulario depende de lo concreto y preciso del lenguaje del hombre primitivo. Su lenguaje corresponde a su memoria y mentalidad. Él fotografía y reproduce toda su experiencia tal como la memoriza. No sabe cómo expresarse de modo abstracto y convencional como lo hace el civilizado.

Esto significa que donde un europeo usaría dos o tres palabras, el primitivo a veces usa diez. En el lenguaje de los indios Ponca, la oración “un hombre mató un conejo” es traducida literalmente, “un hombre vivo de pie mató a propósito con su flecha un conejo vivo que estaba sentado”.

Esta precisión también es evidente en la definición de ciertas nociones complejas. Por ejemplo, entre los Botakud la palabra “isla"’ es traducida por seis palabras con los siguientes significados literales; “aquí hay tierra en medio del agua”. Werner compara esto con el inglés chapurrado (pidgin), en el que el hombre semi primitivo traduce la palabra “piano” por el término “caja que cuando es golpeada, grita”. [18]

Tal descripción plástica detallada es tanto una gran ventaja como un serio defecto de la lengua primitiva. Es una ventaja porque este tipo de lengua crea un signo casi para cada objeto específico, y con notable precisión da al hombre primitivo un duplicado virtual de todos los objetos con los que trata. Se comprende entonces que al tener en mente el estilo de vida del hombre primitivo, el moverse de una lengua tal hacia el lenguaje europeo significaría privarse al instante de todos los poderosos significados útiles para orientarse en la vida.

Sin embargo, al mismo tiempo ese lenguaje carga al pensamiento de una multitud de detalles sin fin; ello no procesa los datos de la experiencia; los reproduce de modo íntegro, tal como son en la vida real. Para transmitir el pensamiento simple de que alguien mató un conejo, el indio debe describir toda la escena del evento en detalles finos. Esto significa que las palabras del hombre primitivo no se han diferenciado todavía de las cosas, y aún están ligadas de modo estrecho con las impresiones sensoriales inmediatas.

Wertheimer describe el caso de un hombre semi primitivo a quien se le había enseñado una lengua europea pero se negaba, durante un ejercicio, a traducir la oración “El hombre blanco mató seis osos”. [19] Un hombre blanco es incapaz de matar seis osos, de modo que la expresión misma le parecía imposible. Para tal persona, el lenguaje todavía se entiende y se usa como un medio para reflejar la realidad y está lejos de adquirir una función autónoma.

Thurnwald reporta un caso similar. Una vez le pidió contar a un hombre primitivo; como uno tiene que contar algo de modo inevitable, el hombre comenzó a contar cerdos imaginarios. Al haber contado sesenta se detuvo y dijo que era imposible seguir, porque nadie posee más de sesenta cerdos.[20]

Las operaciones de lenguaje y conteo solo pueden extenderse hasta las cosas con las que se conectan en situaciones concretas que les dan origen. La naturaleza concreta y figurativa del lenguaje primitivo es evidente al instante en sus formas gramaticales, cuyo propósito es transmitir los detalles concretos más finos. Las formas verbales cambian de acuerdo con sutiles detalles de significado. Por ejemplo, en la lengua de una gente primitiva hay una gran cantidad de expresiones diferentes en lugar de “nosotros": “yo y tú” (singular y plural), “yo y dos de ti”, “de mí y de ellos”, “a mí y a ellos”, todas las cuales pueden combinarse con el número doble para producir “dos de nosotros y tú (singular)"/"dos de nosotros y tú (plural)” y después con el número plural, como en “a mí, a ti (singular) y a él o ellos”. En las conjugaciones simples del presente de indicativo hay más de setenta formas diferentes, que muestran si el objeto está vivo o es inanimado. En varias lenguas, singular y plural son reemplazados por números dobles, triples o hasta cuádruples. Todo ello está ligado a la naturaleza concreta del lenguaje así como a la naturaleza concreta de la memoria primitiva.

En esas lenguas, los prefijos individuales sirven para expresar los matices más pequeños de distinción, que siempre se traducen en palabras concretas. La inusual abundancia de formas verbales en las lenguas de los indios americanos fue descrita muchos años atrás. Dobrizhoffer pensó que la lengua de los Abipones (norte de Argentina) era el más espantoso laberinto imaginable. De acuerdo con Beniamínov, las lenguas aleutianas tienen más de 400 inflexiones para tenso, declinación y persona, cada una de las cuales corresponde a un particular y preciso matiz de significado.

Muchos autores están de acuerdo en que se trata de un lenguaje pictórico o gráfico y enfatizan su tendencia a “hablar a los ojos”, para dibujar y describir el significado a expresar. Se usa diferentes expresiones para comunicar movimiento en línea recta, hacia un lado, a lo largo de una curva, o a cierta distancia del que habla. Lévy-Bruhl dice, “En una palabra, la relación especial que la lengua Klamath expresa de modo tan preciso, puede ser retenida y reproducida en particular por la memoria visual y muscular”.

La prevalencia del elemento espacial refleja una tendencia de muchas lenguas primitivas. Gatschet halló que las consideraciones de espacio y distancia prueban ser demasiado importantes en la representación de las gentes primitivas, y tan fundamentales como aquellas de tiempo y causalidad en nuestro propio pensamiento. Cualquier frase u oración debe expresar la relación entre los objetos en el espacio.

En palabras de Lévy-Bruhl, “La mentalidad primitiva no demanda que las posiciones relativas de las cosas y las personas en el espacio, así como la distancia de unas con otras, sea expresada. No se satisface a menos que el lenguaje también especifique de modo explícito los detalles relacionados con la forma de los objetos, sus dimensiones y el modo de movimiento de las diferentes circunstancias en las cuales pueden ser colocados. Para acompañar esto se emplea las más diversas formas”.

Estas incluyen prefijos y sufijos que denotan la forma, el movimiento de la forma y el tamaño; la naturaleza del medio en el cual ocurre el movimiento, la posición, etc. El número de partículas lingüísticas adicionales es ilimitado en las lenguas de las gentes primitivas. La lengua de una tribu primitiva tiene diez mil verbos, aumentados por el uso de numerosos prefijos y sufijos. Los abipones tienen una gran cantidad de sinónimos. Tienen palabras separadas para herir a un animal o persona con los dientes, con cuchillo, espada o flecha; palabras separadas para pelear con lanza; para decir que las dos esposas de un hombre pelean por él; partículas separadas para el diferente arreglo de objetos —de arriba, abajo, alrededor, en el agua, en el aire, etc.

Livingstone ha señalado, con respecto a tribus sudafricanas, que lo más desconcertante hallado por los viajeros no es la falta de palabras, sino más bien su extraordinaria abundancia. “Escuché veinte términos para varios modos de caminar; caminar si se flexiona hacia adelante o atrás; balanceo de lado a lado; a paso lento o vigoroso; con dignidad; mover un brazo o los dos —había un verbo especial para cada forma de caminar”.

Además de la memoria plástica y eidética del hombre primitivo, nuestra búsqueda de una explicación para esas características lingüísticas también descubre una segunda y muy importante razón: el lenguaje del hombre primitivo lleva imágenes de objetos y los transmite tal cual se presentan a los ojos y oídos. Para ese lenguaje, la reproducción precisa es el último objetivo.

En palabras de Lévy-Bruhl, “Esas lenguas tienen una tendencia común a describir no solo la impresión que recibe el sujeto, sino el tamaño y el contorno, posición, movimiento, modo de actuar de los objetos en el espacio —en una palabra, todo lo que puede ser percibido y delineado... Quizá podamos entender esta necesidad si notamos que las mismas gentes, como regla, hablan otra lengua parecida, una cuyas características necesariamente actúan sobre las mentes de quienes la usan, influyendo su modo de pensar y, en consecuencia, su habla”.

Mientras esta segunda lengua, la de signos y gestos, es muy común entren los pueblos primitivos, su uso varía de acuerdo con las circunstancias y puede combinarse de distintas formas con el lenguaje verbal. Geson, por ejemplo, describe una tribu que, además de su lenguaje hablado también tiene lenguaje por signos. Hay signos individuales especiales para todos los animales, para los nativos, para hombres y mujeres, para el cielo, la tierra, para caminar, sentarse en un caballo, brincar, robar, nadar, comer y beber, así como para cientos de otros objetos y acciones. Una conversación completa puede tener lugar sin utilizar una sola palabra.

Más que considerar cuánto se usa este lenguaje por gestos y las circunstancias en que ocurre, solo necesitamos señalar la enorme influencia de este lenguaje, como herramienta del pensamiento, sobre las operaciones reales del pensamiento. Resulta obvio también que el impacto de este lenguaje y sus diferentes características sobre la naturaleza y estructura de las operaciones mentales, es paralelo al de las propiedades de los instrumentos sobre la estructura y formación de los diferentes tipos de trabajo hechos por los humanos.

Lévy-Bruhl concluye que las sociedades más primitivas tienen un lenguaje dual: la palabra hablada y el gesto. Así él halla inconcebible que pudieran existir sin influirse una al otro. En un extraordinario estudio titulado Manual Concepts, Cushing analizó la influencia de los lenguajes de la mano sobre los de la palabra hablada, y mostró cómo en uno de los lenguajes primitivos el orden de las partes de una oración, el método para expresar los números, etc., se ha originado de los movimientos de la mano.

Como es sabido, para estudiar la vida mental del hombre primitivo, Cushing se introdujo en una tribu primitiva y quiso vivir no como un europeo, sino como uno de los nativos al tomar parte de sus ceremonias y pertenecer a sus diferentes grupos sociales. A través de un largo entrenamiento con paciencia inculcó las funciones primitivas en sus manos, haciéndolas representar todos los aspectos tal como alguna vez lo hicieron en tiempos prehistóricos. Además todo lo hizo con los mismos materiales y en las mismas condiciones que habían prevalecido en la era cuando las manos estaban tan unidas con el intelecto que devinieron parte integral suya.

Lévy-Bruhl observa que “el progreso de la civilización se debe a la influencia mutua de la mano y la mente. Para estudiar la vida mental del hombre primitivo debemos redescubrir aquellos movimientos de las manos de las que su lenguaje y pensamiento son inseparables. Los primitivos que no pueden hablar sin sus manos tampoco pueden pensar sin ellas”.

Cushing ha mostrado el grado en que la especialización de los verbos que hallamos en el lenguaje primitivo es consecuencia natural del papel jugado por el movimiento de la mano en el desarrollo de la actividad mental primitiva. En palabras suyas, “Esto es un asunto de necesidad gramatical. En la mente del hombre primitivo, las complejas expresiones del pensamiento y de los conceptos, una vez sistematizadas de modo automático, deben haber surgido tan rápido como la expresión verbal equivalente”.

Lévy-Bruhl dice, “Hablar con las manos es pensar literalmente con las manos, hasta cierto límite, por lo tanto las características de estos “conceptos manuales” por necesidad serán reproducidos en la expresión verbal del pensamiento. Los dos lenguajes, basados en símbolos tan diferentes como los gestos y los sonidos articulados, se relacionan por su estructura y su método para interpretar objetos, acciones y estados. Por lo tanto, si el lenguaje verbal describe y delinea en detalle posiciones, movimientos, distancias, formas y contornos, es porque el lenguaje de gestos usa exactamente los mismos medios de expresión”.

La investigación ha mostrado que esas dos lenguas en su origen no estaban aisladas ni divididas; es más, cada frase representaba una forma compleja que combinaba gestos y sonidos. Estos gestos reproducían movimiento, delineaban y describían con precisión objetos y acciones.

Para decir “agua”, este ideograma mostraba cómo bebe un nativo el agua acumulada en sus manos. La palabra “arma” era expresada por gestos de amenaza que la gente hace cuando usa una. “En suma, el hombre que habla este lenguaje”, en palabras de Lévy-Bruhl, “tiene a su disposición gran cantidad de asociaciones visomotoras formadas por completo” entre objetos y movimientos. “Podemos decir que las imagina en el momento que las describe. Por lo tanto, su lenguaje verbal también puede ser descriptivo”.

Mallory ha observado que en un idioma indio las palabras parecen gestos y que el lenguaje primitivo no puede ser explicado sin el estudio de esos gestos. Él hallo que un lenguaje explica el otro y ninguno puede ser estudiado por separado. El vocabulario del lenguaje por signos compilado por Mallory ilustra las operaciones mentales de los hablantes de esa lengua y explica por qué el habla primitiva es descriptiva por necesidad.

Los académicos alemanes han usado el término “cuadros de sonido” para nombrar este deseo de representar. En el lenguaje de una tribu primitiva Lévy-Bruhl ha contado treinta y tres verbos para varias formas de caminar; también señaló que esta cifra no incluye la diversidad de los adverbios que, cuando son usados junto al verbo, sirven para describir varias diferencias sutiles del modo como la gente camina.

Junod ha observado que si uno escucha una conversación entre negros estará inclinado a decir que su modo de hablar es infantil, mientras que lo cierto es lo contrario, pues las palabras de tan colorido lenguaje expresan sombras de significado que los lenguajes superiores serían incapaces de expresar. Sin duda, este aspecto del lenguaje del hombre primitivo deja una profunda impresión en toda la estructura de su pensamiento.

El pensamiento que usa este lenguaje, tal como el mismo lenguaje, es a fondo concreto, gráfico, pictórico y lleno de detalles; también funciona con base en las situaciones directamente reproducidas de la vida real. Lévy-Bruhl se refiere al poder inadecuado de la abstracción involucrada en tal uso del lenguaje, y también a los peculiares “cuadros internos” o “conceptos-imágenes” que son el material para tal pensamiento.

Con seguridad podemos decir que el pensamiento del hombre primitivo que usa tal lenguaje, es eidético —conclusión a la que también llegó Pensch con base en su propio material de investigación. En su opinión este lenguaje apunta a una memoria sensorial que tiene a su disposición una vasta cantidad de impresiones visuales y auditivas, y esta función pictórica del lenguaje primitivo es evidencia directa de la naturaleza eidética del hombre primitivo. A medida que progresa el desarrollo cultural del lenguaje y del pensamiento, la propensión eidética disminuye, tomando con ello interés en usar el lenguaje para transmitir peculiaridades separadas y concretas.

Humboldt ha observado bien que cuando se usa esos lenguajes uno se siente transportado a otro mundo muy diferente, pues la percepción e interpretación del mundo que ellos sugieren es en realidad muy diferente al modo de pensar de un europeo civilizado.

Thurnwald, quien por completo coincide con esos hallazgos, nota que en virtud de su abundancia lexical, el lenguaje del hombre primitivo no puede ser descrito como pobre en expresión. En lo concreto de su expresión rebasa al lenguaje del hombre civilizado. “Sin embargo está demasiado atado a la actividad de un espacio pequeño, y a las circunstancias en las que vive el reducido grupo que habla ese lenguaje. El lenguaje del hombre primitivo es una imagen en espejo de las características especiales de la vida de ese grupo”.

El lenguaje de un grupo dedicado a la agricultura contendrá una gran cantidad de términos para las semillas en varios estadios de su desarrollo, o para las diferentes cepas de maíz. Los nómadas de Asia central distinguen sus caballos por sexo y color. Los beduinos usan similares designaciones para los camellos y otras gentes para los perros, mientras que tienen nombres no genéricos para esas especies de animales. Thurnwald ve lo concreto del lenguaje primitivo como una manifestación de vigor y poder expresivo, pero también como evidencia de sus lazos con lo particular y su inhabilidad para expresar cualquier cosa separada o general, o para definir una relación con otras cosas. En ausencia de abstracción, el lenguaje es dominado por un listado numerativo de objetos.

La influencia inversa del pensamiento sobre el lenguaje, notado por Thurnwald, es muy importante. Hemos visto el grado en que la estructura de las operaciones mentales depende de los recursos del lenguaje. Thurnwald ha mostrado que cuando el lenguaje es pedido prestado por otra gente, o cuando se unen dos lenguajes, el vocabulario mismo es transferido con facilidad de una tribu a otra; pero la estructura gramatical es alterada por la “técnica del pensamiento” de la gente que asume el lenguaje. Los procesos de pensamiento son muy dependientes de tales recursos de pensamiento.

El primitivo no tiene conceptos y halla por completo extraños los nombres genéricos abstractos. Los hombres primitivos y civilizados usan las palabras de diferentes maneras. Las palabras pueden ser para usos funcionales diferentes. Las operaciones mentales ejecutadas con ayuda de una palabra siempre dependerán de su uso.

Una palabra puede ser usada como nombre propio, o como un sonido ligado por asociación con éste o aquel objeto individual. En este caso es un nombre propio que ayuda a la memoria a ejecutar una simple operación asociativa. Así, en grado significativo el lenguaje primitivo está situado precisamente en ese nivel del desarrollo.

Como lo hemos visto, el lenguaje del hombre primitivo contiene una gran cantidad de nombres propios y tiende a especificar en su máxima extensión cada propiedad individual y cada objeto. En este caso la verdadera vía del uso de las palabras determina el modo de pensamiento. Este es el por qué, en el hombre primitivo, la operación de la memoria precede al pensamiento.

El segundo estadio en el desarrollo del uso de las palabras ocurre cuando funcionan como símbolo asociativo no de un objeto individual, sino de un grupo de objetos. Aquí la palabra deviene una suerte de familia o nombre del grupo. Además de su función asociativa, también ejerce una operación mental, al ayudar a clasificar diferentes objetos individuales, al colocarlos juntos en un grupo.

Sin embargo, la nueva combinación resultante aún permanece como un grupo de objetos concretos separados, cada uno de los cuales retiene toda su individualidad y unicidad. En esta fase, las palabras son un medio para la formación de grupos. Nuestros nombres de familias son ejemplo típico de esta función. Cuando hablo acerca de un nombre de familia, digamos Pietrov, uso esa palabra para designar cierto grupo de gente verdadera, no porque compartan algunas características en común, sino porque pertenecen a cierto grupo común.

Un grupo difiere de un concepto por virtud de la relación entre el objeto individual y el nombre del grupo. Al mirar un objeto puedo decir con total objetividad si es un árbol o un perro, porque ‘árbol’ y ‘perro’ sirven como designaciones de los conceptos —en otras palabras, grupos genéricos a los cuales, por virtud de las características sustantivas, pertenecen varios objetos individuales. Al mirar a un hombre, yo no puedo decir si es o no un Pietrov, porque para saberlo sólo necesito, de hecho, saber si lleva ese apellido. Así el individuo permanece como tal, en el grupo, pero el grupo comprende diferentes elementos, unidos no por alguna conexión inherente, substancial, sino por una afinidad real, concreta, que existe de hecho.

En gran medida el hombre primitivo está en ese estadio del pensamiento basado en el el grupo. Sus palabras son nombres propios o apellidos, esto es, signos para separar objetos o signos para grupos. El primitivo no piensa en conceptos sino en grupos. Esta es la diferencia más sustancial entre su pensamiento y el nuestro.

Cuando Lévy-Bruhl caracterizó el pensamiento del hombre primitivo como “prelógico” y al mismo tiempo capaz de hacer las más divergentes conexiones, vio la característica básica de ese pensamiento en lo que él llamó la “ley de la participación”. Esta ley sostiene que el pensamiento primitivo no está gobernado por las leyes de nuestra lógica, sino que tiene su propia lógica primitiva especial, basada en muy diferentes enlaces representacionales. Este tipo especial de conexión, característico de la lógica primitiva, permite al mismo objeto participar en diferentes grupos y ser parte integral de conexiones por completo diferentes.

Esto significa que la ley del centro excluido no es válida para el hombre primitivo. Para él, que un hombre pertenezca al grupo “hombre” no significa que no sea un loro; él puede pertenecer al mismo tiempo al grupo “hombre” y al grupo “loro”. Los indios de la tribu Bororo, por ejemplo, solían decir que ellos eran loros rojos. No querían decir que después de muertos serían loros, o que estos se transformaran en indios, sino que los indios en realidad eran loros. Una conexión de este tipo es imposible en la lógica basada en conceptos, donde el solo hecho de que un hombre es un hombre ipso facto significa que él no es un loro.

Tal pensamiento y tal lógica, como hemos visto, están basados en grupos, que a su vez están basados en conexiones concretas. El mismo objeto, por supuesto, puede tener un vasto número de tales conexiones concretas. El mismo hombre puede pertenecer a diferentes grupos familiares; su familia puede hacerle un Pietrov y su lugar de residencia puede hacerle un moscovita, etc.

Todas las peculiaridades del pensamiento primitivo pueden ser reducidas a un hecho básico: el hombre primitivo piensa en grupos, no en conceptos. Como lo ha señalado Werner, “Cualquier concepto primitivo es al mismo tiempo un cuadro visual”.

Leroi aconseja no juzgar lo abstracto o concreto del pensamiento primitivo con base en la estructura y el carácter externos del lenguaje. Argumenta que, en lugar de considerar sólo la herramienta, deberíamos también estudiar el modo de su uso potencial o real. Por ejemplo, la abundancia de términos especiales no es un rasgo en exclusiva primitivo, como también sucede con nuestra propia tecnología. Ella refleja la necesidad de precisión para las operaciones técnicas de los pescadores y cazadores. En su lengua, el primitivo distingue entre diferentes tipos de nieve porque está obligado a hacerlo en la vida real. En este caso, la riqueza del vocabulario solo refleja una riqueza de la experiencia, que a su vez se debe a la necesidad de adaptarse o morir. En la óptica del mismo autor, el hombre primitivo no puede decidir, por ejemplo, cambiar su lengua por la noruega, en la que “el contacto con las cosas podría estar muy lejano”.

La verdadera razón para esas características especiales del lenguaje primitivo está en los requerimientos técnicos y en la necesidad vital. Como lo ha mostrado Leroi, el lenguaje de gestos surge en ciertas circunstancias económicas y geográficas, y nace de la necesidad (traslado entre tribus extrañas, juegos de caza, guerra, comunicación a larga distancia por las llanuras). Por lo tanto sería erróneo ver todas las peculiaridades de tal lenguaje y pensamiento en términos absolutos y considerarlos como primarios. Mientras algunas tribus no tienen términos genéricos para árbol, pez y ave, otras, como las tribus de Queensland, los tienen para pez, ave y víbora. Tales designaciones a menudo son diferentes de las nuestras. Por ejemplo, en la lengua de la tribu Pitta-Pitta la raíz ni ocurre en todas las palabras que significan “cosas que se mueven por el aire”, incluidos aves, bumeranes, la luna, estrellas, rayos y halcones.

Algo paralelo con nuestro lenguaje técnico, el cual tiende a introducir gran cantidad de términos concretos en lugar de unos cuantos abstractos, y con nuestro difundido hábito de nombrar objetos por su color (color tabaco, color paja, cereza, coral, etc.) sugiere con fuerza que muchas características del lenguaje primitivo pueden ser atribuidas no solo a las peculiaridades del pensamiento primitivo, incluidas sus características primarias, sino también a la necesidad de “contacto directo con las cosas” y a los requisitos de la actividad técnica”.

Así podemos ver que el pensamiento primitivo, ligado al lenguaje primitivo, exhibe el mismo tipo de desarrollo especial que la memoria. Debemos recordar que el desarrollo de la memoria consiste de una transición a partir del aumento de la memoria orgánica hacia el desarrollo y aumento de los signos mnemotécnicos usados por ella. De modo similar, el desarrollo del pensamiento primitivo no está en la acumulación o aumento sutil de la reproducción de los detalles, o en la expansión del vocabulario. En esencia sucede un cambio fundamental, un cambio hacia el desarrollo y aumento del lenguaje y los modos de usarlo, hacia el desarrollo de ese recurso básico por medio del cual tiene lugar el pensamiento.

El progreso fundamental del desarrollo del pensamiento se manifiesta en la transición del primer método para usar las palabras como nombres propios, hacia el segundo método, donde las palabras sirven como símbolos para grupos, y finalmente al tercero, que involucra el uso de las palabras como herramientas o medios para elaborar conceptos. Así como el desarrollo cultural de la memoria está muy ligado a la historia del desarrollo de la escritura, así también el desarrollo cultural del pensamiento está muy ligado a la historia del desarrollo del lenguaje humano.
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Operaciones numéricas del hombre primitivo


Las operaciones numéricas del hombre primitivo dan la mejor ilustración del desarrollo de su pensamiento y su dependencia del aumento de signos externos sobre los que se apoya. Muchos pueblos primitivos no cuentan más allá de 2 o 3.

De esto no deberíamos concluir, sin embargo, que ellos no son capaces de contar más de tres. Sólo significa que carecen de conceptos abstractos que vayan más allá de esos números. Son incapaces de usar operaciones inherentes a nuestro modo de pensar, aunque, como Lévy-Bruhl ha observado, “hasta cierto punto son capaces, mediante operaciones peculiares propias, de llegar a los mismos resultados”.

Estas operaciones se apoyan sobre todo en la memoria. El primitivo cuenta diferente a nosotros —en su mayor parte por medios concretos; y en este modo concreto de contar de nuevo supera al hombre civilizado. En otras palabras, la investigación de los procesos de contar del hombre primitivo ha mostrado que en este aspecto, como en la memoria y el habla, el hombre primitivo es más pobre y al mismo tiempo más rico que el civilizado. Por lo tanto aquí sería más correcto hablar no de una diferencia cuantitativa, sino de un modo cualitativo diferente de contar del primitivo.

Si intentáramos una descripción concisa de los procesos de conteo del hombre primitivo deberíamos decir que su rasgo dominante es el desarrollo de su aritmética natural. Él cuenta mediante la percepción concreta, la memorización natural y la comparación, sin recurrir a las operaciones técnicas concebidas por el hombre civilizado para contar. Ya que contamos de modo exclusivo con números, nosotros estamos inclinados a creer que si alguien carece de números más allá de tres no podrá contar más de tres. Lévy-Bruhl pregunta lo siguiente: “¿Tiene sentido para nosotros decir que el mismo resultado no puede ser obtenido de otro modo? ¿Sin duda la mente primitiva tiene sus propias operaciones y procesos especiales para alcanzar los mismos objetivos que nosotros con nuestro sistema numérico?” El primitivo percibe un grupo de objetos desde un punto de vista cuantitativo. En este caso, el signo cuantitativo actúa como una cualidad directamente percibida, al distinguir ese grupo de otros grupos. El hombre primitivo puede juzgar externamente si está completo.

Debería señalarse que la percepción directa de las cantidades también puede hallarse en el hombre civilizado, sobre todo cuando se trata de cantidades en orden. Si un músico tuviera que omitir un solo compás de una pieza musical, o si alguien al leer un poema tuviera que omitir una sola sílaba de inmediato concluiríamos, sin tener que contar y con base en nuestra percepción directa del ritmo, que faltó un compás o una sílaba. Por esta razón Leibnitz llamó a la música “aritmética inconsciente”.

Algo similar ocurre con el hombre primitivo cuando percibe grupos que consisten de diferentes números de objetos. La diferencia, por ejemplo, entre 12 y 3 manzanas es evidente a primera vista. La diferencia entre esas dos cantidades puede percibirse concretamente, sin necesidad de contar. No sorprende; al respecto tenemos la misma habilidad para decir de un vistazo cual es el grupo más grande de objetos.

Lo que por lo general hallan sorprendente los investigadores es la sutil diferenciación de lo que el hombre primitivo es capaz en este arte. Ellos describen que el hombre primitivo, apoyado en su memoria excepcional, ha incrementado esta percepción directa a un muy alto nivel. Es capaz, al comparar la impresión del momento con la imagen fija en su memoria, de decir si un solo objeto hace falta de un grupo grande.

Dobrizhoffer observa que “el hombre primitivo no solo no sabe aritmética, la evita. Su memoria prueba ser una desventaja mayor; el conteo le hastía, por eso no desea usarlo. Cuando los miembros de una tribu primitiva regresan de una expedición para cazar caballos salvajes, nadie pregunta cuantos caballos han traído. La pregunta es, ¿Qué tan grande es el área que ocupa la manada que trajiste?”.

Cuando los miembros de una tribu primitiva se disponen a salir de cacería echan una mirada a sus numerosos perros y al instante saben si alguno falta. El hombre primitivo es asimismo capaz de notar la ausencia de una sola cabeza de ganado de un rebaño de varios cientos. Tal precisa diferenciación es en esencia un mayor desarrollo de la misma percepción directa de cantidades que hallamos en nosotros mismos.

Mientras que distinguir un grupo de 12 manzanas de uno de 3 es tan fácil como distinguir rojo de azul, decir la diferencia entre un rebaño de 100 cabezas de ganado y uno con 101 es tan difícil como decir la diferencia entre dos azules, uno más oscuro que el otro. Sin embargo, en esencia es la misma operación, elevada por la práctica a un nivel superior de diferenciación.

Es de interés notar que el hombre civilizado contemporáneo también debe revertir esta percepción visual concreta cuando busca un sentido visual claro de la diferencia entre dos cantidades. Wertheimer tiene razón al decir que la aritmética natural de las gentes primitivas, como todo su estilo de pensar, lleva a resultados tanto superiores como inferiores a los nuestros. Inferiores porque ciertas operaciones están más allá de su alcance y sus capacidades al respecto están muy limitadas. Superiores porque su pensamiento está basado a permanencia en la realidad; la falta de abstracción remite directamente a la situación concreta viva. Así como nosotros lo vemos todos los días en la vida y en el arte, tales imágenes concretas prueban mucho más lo verdadero de la vida que las representaciones abstractas.

Cuando un moderno pacifista quiere transmitir una idea convincente del número de gente asesinada en una guerra, para su propósito él traduce el total aritmético abstracto en nuevos términos concretos aunque artificiales. Debe decir si los cuerpos de los muertos estaban colocados hombro con hombro y si podrían estirarse durante el viaje de Vladivostok a Paris. A través de tal imagen vívida él espera expresar una idea inmediata del colosal número de vidas perdidas, como en una percepción visual.

De modo similar, cuando usamos un diagrama convencional para representar la cosa más simple, como el respectivo consumo de jabón en China y Alemania, debemos dibujar la figura de un chino enorme y una más pequeña de un alemán, para simbolizar que China está mucho más poblada que Alemania; debajo de ellas debemos poner dos piezas de jabón, una pequeña y la otra enorme, de modo que todo el cuadro y el diagrama creen un mayor impacto que el mero dato aritmético abstracto. Es precisamente este tipo de cuadro y esquema gráfico que aparece de modo prominente en la aritmética natural del primitivo.

Lévy-Bruhl nota que el primitivo no considera necesarios nuestros números y es incapaz de usarlos. Para él los números son irrelevantes para las grandes cantidades que puede contar de manera diferente.

Este aspecto concreto o figurativo del conteo primitivo se manifiesta en una serie de rasgos especiales. De acuerdo con Thurnwald, si el hombre primitivo desea referirse a un pequeño grupo de gente, no dice el número total, sino que dice el nombre de cada uno de los conocidos personalmente; a los que no conoce los enumera con base en otros rasgos concretos, por ejemplo, el hombre con la nariz grande, el viejo, el niño y el de la piel enferma —todo para decir que llegaron cuatro gentes.

Una cifra grande al inicio es percibida como la imagen de algún tipo de cuadro donde la imagen y la cantidad se fusionan en un solo grupo. Es por eso, como hemos visto, que la mente primitiva es incapaz de conteo abstracto, al ser capaz de contar solo mientras el proceso de conteo parece relacionado con la realidad. Entre los primitivos, por lo tanto, los números siempre son nombres que designan algo concreto —una imagen o forma numérica usada como símbolo para cierta cantidad. Muy a menudo estos son simplemente artificios auxiliares de la memoria.

Sin embargo, el factor decisivo no es éste, sino la dirección tomada por el desarrollo del conteo del hombre primitivo, que no procede a través de aumentar la aritmética natural, sino exactamente por las mismas vías del desarrollo de la memoria y el pensamiento del hombre primitivo —la creación de signos especiales donde la aritmética natural es transformada en aritmética civilizada.

Entre las gentes primitivas se acepta que incluso este uso de signos es todavía muy concreto y visual. El método más simple usado por el hombre primitivo para contar es una comparación entre las partes del cuerpo y varios grupos de objetos. Por lo tanto, en su nivel más alto de su desarrollo no solo mira tales grupos, sino que hace una comparación cuantitativa entre ellos y otro grupo, como sus propios cinco dedos. De un solo vistazo cuantitativo él compara un grupo de objetos que necesita ser contado con algún tipo de herramienta para contar.

Por lo tanto el primitivo da un paso mayor hacia la abstracción y una transición mayor a vías completamente nuevas de desarrollo. Pero el uso de esta nueva herramienta, al comienzo, permanece concreto. Incluso aquí los primitivos cuentan de manera puramente visual. Tocan todos sus dedos y partes de sus manos, hombros, ojos, nariz, frente en sucesión, y de nuevo las mismas partes del otro lado, igualando así con puros medios visuales el número de objetos con las partes del cuerpo, contadas en cierto orden.

En tal proceso todavía no hay números reales. Lévy-Bruhl ha señalado que esta es una operación concreta de la memoria diseñada para definir cierta pluralidad. Haddon ve este sistema como una herramienta auxiliar para contar. Es usada del mismo modo que la cuerda con nudos y no del todo como una serie de números verdaderos. Es un aparato mnemónico más que una operación numérica. Aquí no hay un método de conteo, la misma palabra puede designar diferentes cantidades: por ejemplo, en Nueva Guinea, la palabra ano (cuello) significa tanto decena como catorce.

De modo similar, en otros pueblos las palabras para dedo, hombro y mano significan diferentes cantidades si se les usa del lado izquierdo o derecho del cuerpo. El mismo autor concluye que esas palabras por cierto no son para números. Él pregunta lo siguiente: “¿Cómo podría la misma palabra, doro, ser para 2, 3 y 4 así como para 19, 20 y 21, a menos que fuera definida por un gesto simultáneo que involucre uno o tres dedos de la mano derecha, o uno de los dedos correspondientes de la mano izquierda?”.

Brooke cita un caso admirable de cómo un nativo de Borneo trató de recordar sus instrucciones. Se le pidió visitar cuarenta y cinco villas rebeldes ahora sometidas, para decirles la cantidad de la multa que deberían pagar. ¿Qué hizo? Secó varias hojas y las dividió en dos partes. El supervisor las reemplazó con papel. Las puso una por una sobre la mesa mientras las contaba con los dedos de ambas manos. Colocó su pie sobre la mesa y comenzó a contar, sobre sus dedos, más piezas de papel, cada una para el nombre de una villa, el nombre de su jefe, el número de guerreros y el monto de la multa. Al terminar con los dedos del pie, regresó con los de las manos. Cuando terminó de contar había 45 piezas de papel sobre la mesa.

Pidió que le repitieran las instrucciones. Mientras esto se hacía, él recorrió las piezas de papel y las contó con sus dedos de manos y pies, como antes. “Así es como escribimos”, dijo; “ustedes los blancos no pueden leer como nosotros”. Por la tarde repitió lo mismo con precisión, al poner un dedo por separado sobre cada pedazo de papel. Y dijo, “Si puedo recordar todo esto mañana por la mañana, todo estará bien, dejaremos estos pedazos de papel en la mesa”. Entonces los apiló al azar. A la mañana siguiente puso los pedazos de papel en el mismo orden que el día anterior y repitió en detalle todo, con total exactitud. Todo el mes fue de una villa a otra, lejos, y no olvidó cada una de las diferentes cantidades.

“El acto de arreglar piezas de papel”, como dice Lévy-Bruhl “en el lugar de manos y dedos, es particularmente admirable. Nos da un ejemplo absolutamente puro de ‘abstracción concreta’ inherente al pensamiento pre lógico, que no ha perdido nada de su original concreción”. Es muy difícil imaginar un ejemplo más directo de la diferencia esencial entre la memorización humana y la animal. Cuando se confronta con una tarea más allá de sus habilidades, el primitivo recurre al papel, los dedos y a la creación de símbolos externos.

Trata de actuar sobre su memoria desde el exterior. Él organiza los procesos internos de memorización desde el exterior a través de suplantar operaciones internas por actividad externa, sobre la cual tiene más control. Al organizar esta actividad externa domina su memoria con ayuda de símbolos. Ahí radica la diferencia esencial entre memoria humana y animal. Al mismo tiempo este ejemplo también muestra cómo las operaciones de conteo, en el hombre primitivo, se asocian con aquellas de la memoria.

Roth preguntó a un primitivo cuantos dedos de las manos y pies tenía, y le invitó a marcar su número con líneas en la arena. Él comenzó a doblar dos dedos de cada mano y por cada par dibujó una línea en la arena. Un método similar es usado por los jefes tribales para contar gente. Interpretamos esto como una vía instrumental indirecta de formular una representación de cantidad con ayuda de símbolos. Como podemos ver, la transición de la aritmética natural, basada en la percepción directa de cantidades, a una operación mediada hecha con ayuda de símbolos, está situada en los primeros estadios del desarrollo cultural del hombre.

Tal conteo al usar partes del cuerpo y tal numeración concreta, que gradualmente deviene semi-abstracta y semi-concreta, forman la primera fase de nuestra aritmética. Haddon escribe, “No podemos decir que nagibet es el nombre del número cinco. ¡Ello solo significa que hay tantos objetos como dedos de una mano!”. Tal conteo está por lo tanto basado en una gráfica tácita de comparación pictórica, un concepto manual o visual, como lo pone este autor, sin el cual el desarrollo de las operaciones numéricas primitivas serían incomprensibles.

Este origen gráfico de los términos numéricos también es evidente por el hecho que los primitivos tienden a contar no en unos, sino en los más diversos grupos, en dos, en cuatros, cincos y así. Por esto, aunque solo tienen a su disposición los pocos números a los cuales ese grupo está limitado, pueden contar números muy grandes por el uso repetido de los mismos números.

La naturaleza concreta de este proceso se ilustra por la existencia entre las tribus primitivas de diferentes sistemas de contar, por ejemplo, objetos planos o redondos, animales y gente, tiempo, objetos grandes, etc. Diferentes objetos deben ser contados de modo diferente. El lenguaje mikir, por ejemplo, tiene sistemas de conteo separados para gente, animales, árboles, casas, objetos planos y redondos y partes del cuerpo. El número siempre es el número de un objeto dado.

Vestigios de esta sobrevivencia de los métodos de contar los aplicamos a diferentes objetos. A la fecha, por ejemplo, contamos lápices en docenas y en bruto, etc. En este aspecto, las palabras auxiliares usadas por muchos pueblos primitivos cuando cuentan, son de interés particular. Su función es como si ayudaran a la gente a visualizar los estadios subsecuentes de la operación aritmética. En tal lenguaje, por ejemplo, “veintiún piezas de fruta” suena literalmente como sigue: “Sobre veinte piezas de frutas coloco una hasta arriba”. “Veintiséis piezas de fruta” sonará como “Encima de dos grupos de frutas de diez piezas cada uno yo pongo seis arriba”.

Como lo ha notado Levy-Bruhl, aquí vemos en la aritmética la misma cualidad gráfica hallada en la estructura general del lenguaje primitivo. Paradójicamente, dice, uno debe concluir que en las sociedades inferiores el hombre contaba sin números. Sería erróneo argumentar que la mente humana construyó números para contar, porque en los hechos reales la gente comenzó a contar antes de haber creado con éxito los números.

Wertheimer da una sólida explicación de la relación entre la operación numérica y la situación concreta, al mostrar que las imágenes numéricas usadas por los primitivos están dirigidas a las posibilidades reales. Cualquier cosa que no corresponda a la vida real también es imposible en sus operaciones de conteo. Donde no haya conexión concreta viva entre las cosas, tampoco hay relación lógica para ellas. Desde el punto de vista del hombre primitivo, por ejemplo, 1 caballo + 1 caballo = 2 caballos; 1 hombre + 1 hombre = 2 hombres; 1 caballo + 1 hombre = 1 hombre caballo.

Wertheimer ha planteado la pregunta de cómo estas gentes se comportaban cuando se confrontaban con tareas mentales en situaciones de la vida real donde nosotros usaríamos números. Parece que el hombre primitivo con mucha frecuencia está obligado a arreglárselas con tales situaciones. Cuando lo hace, opera en los niveles más inferiores de su desarrollo por medio de percepciones directas de cantidad, pero en los niveles más superiores mediante imágenes numéricas que son usadas como símbolos o herramientas, mientras que todavía retienen su naturaleza puramente concreta.

Los símbolos o herramientas auxiliares en el estadio temprano incluyen guijarros, dedos y ramas, que más tarde se desarrollaron como palos con muescas (Figura 19). Eventualmente, cuando el primitivo ya no puede usar sus dedos para contar, usará los dedos de algún amigo e invitará, si es necesario, a una tercera persona para poder acceder a una nueva serie de diez.

Figura 19 http://www.marxists.org/archive/vygotsky/works/1930/man/ch06.htm

En los sistemas de conteo empleados por los pueblos primitivos, a menudo vemos signos parecidos a los empleados por el sistema romano. Los zunis, por ejemplo, usan nudos para designar todos los números: un solo nudo para uno, un nudo más complejo para cinco; y uno aún más complejo para diez. Dos significa uno más uno. Cinco precedido por un solo nudo significa cuatro; cinco seguido de un nudo es seis. Este sistema para denotar una cantidad menor al descontar uno de una cantidad mayor, sugiere que el hombre primitivo está inclinado aritméticamente hacia grupos naturales redondeados y completos (dedos, etc).

Un investigador describe una instancia extraordinaria de conteo primitivo, que ilustra el desarrollo de los sistemas numéricos. Los primitivos primero cuentan los dedos de una mano, mientras dicen en voz alta, “eso es uno”, etc. Cuando llegan al ultimo dedo agregan: “una mano”. Entonces cuentan los dedos de la otra mano del mismo modo, y luego los dedos de sus pies. Si no han terminado de contar, cuentan “una mano” como una unidad de orden superior. Ahora, cuando cuentan los dedos de manos y pies, cada uno vale por cinco, o como una mano completa.

Los psicólogos han reproducido esta operación de modo experimental. Supongamos que invitamos a un grupo de gente civilizada para contar 27 objetos al tiempo que se les advierte el propósito de los ejercicios que, como ciertos pueblos primitivos, no saben contar más allá de cinco. Nuestros experimentos han mostrado que algunos miembros del grupo no pueden resolver el problema; otros lo resuelven al apartarse de las reglas; mientas el resto lo resuelve correctamente y cada uno de idéntico modo.

‘Ellos cuentan los objetos repitiendo todo el tiempo las series del uno al cinco; entonces cuentan todos los cincos y expresan el resultado así: cinco cincos más dos. La investigación ha mostrado que nuestro sistema de conteo decimal también se basa en este mismo principio. Siempre es como contar con dos hilos; contamos los objetos y después contamos nuestra cuenta, o los grupos de esos objetos. Cuando cuento 21, 22, 23... y después 31, 32, 33, en realidad estoy contando solo 1, 2, 3 con el propósito de contar, mientras la palabra “veinte” y “treinta”, que se agrega cada vez, me dice que estoy contando el segundo rango de dieces.

La investigación experimental nos ha llevado a la conclusión muy interesante que nuestro sistema de contar hace el conteo para nosotros. Mientras el hombre primitivo está obligado a dividir su atención primero al contar objetos con sus dedos y después a contar con esos dedos el número total de manos; nuestro sistema decimal por sí mismo ejecuta la misma función para nuestro beneficio. Los psicólogos dicen, por esta razón, que desde un punto de vista psicológico, cuando contamos en realidad recordamos más que contar. Usamos nuestro sistema numérico de modo automático, reproducimos una serie numérica para que, al alcanzar cierto punto, reconozcamos el resultado preciso. Lo que vemos de una forma oculta, automatizada y bien desarrollada en el hombre civilizado, también ocurre en el primitivo pero todavía de una forma visible que está en proceso de desarrollo.

Es de interés notar que tales ayudas específicas son usadas no solo para conteo simple, también lo son para algunas operaciones aritméticas algo más complicadas. Wertheimer describe un extraordinario método de computación hallado entre los kurdos a lo largo de la frontera Ruso-Pérsica. Como ellos todavía carecen de una operación abstracta de conteo, los kurdos multiplican de la siguiente manera: figuras del 6 al 10 son designadas al doblar uno, dos, tres o cinco dedos (significando, por supuesto, más cinco). La multiplicación de 5 x 5 a 10 x 10 se hace de tal modo que las figuras dobladas son interpretadas como decenas y los dedos rectos son multiplicados como unidades.

Por ejemplo, multipliquemos 7 x 8. En una mano, dos dedos están doblados (2+5=7); y en la otra, tres (3+5=8); con las manos juntas, los dedos doblados se suman (2+3=5), y los dedos rectos se multiplican (2x3=6). Resultado: 56.

Leroi ha observado que entre la gente civilizada es posible hallar mayorías o imágenes numéricas (siglo, año, semana, mes, escuadrón, todos son imágenes numéricas). Él inquiere, “¿Qué hace a la palabra fijiana kogo, que significa cien cocos, más primitiva que la palabra siglo, que significa cien años?”. En nuestra sociedad diez soldados que caminan separados son diez hombres; pero cuando marchan en formación con un cabo son un pelotón. En el ejemplo, Leroi ve un paralelo con el hecho que en las lenguas primitivas los números “describen especiales circunstancias” y cuentas.

Su principal conclusión parece irrefutable: la numeración de los primitivos no puede ser comparada con la “numeración” de los animales: en otras palabras, toda la aritmética primitiva no debe ser tratada como la percepción directa de cantidades. Siempre que se busca cruzar ciertos límites, esta numeración embrionaria tiene que recurrir a la ayuda de mnemotecnias concretas (uso de los dedos o palos): de hecho esta combinación de aritmética natural (percepción directa de cantidades) y mnemotecnias es el rasgo más esencial de la numeración primitiva. Leroi compara esta aritmética con el conteo del iletrado y el uso de números visuales (diagramas) en nuestra sociedad.

El desarrollo posterior de las “matemáticas civilizadas” está muy relacionado con la evolución de los signos y las vías para usarlos. Esto no solo se aplica para los niveles inferiores, sino también para los superiores del desarrollo de las matemáticas científicas. Cuando explicamos la sustancia del método algebraico, Newton dice que para resolver la cuestión relacionada con los números o las relaciones abstractas entre las magnitudes, uno solo tiene que traducir el problema del inglés a cualquier otra lengua en la cual se propone un lenguaje algebraico que sea capaz de expresar nuestros conceptos acerca de las relaciones entre magnitudes.

Sheremetiévskiy, en su estudio titulado “Historia de las Matemáticas”, a fondo ilustra el papel de los símbolos como herramientas. “Como para el mismo análisis matemático, tienen una característica que los hace una genuina máquina de pensar, trabajando con la velocidad y exactitud que uno espera de un mecanismo bien ajustado. Me refiero al aparato del registro simbólico, mediante signos algebraicos, de todas las conclusiones del análisis”.

Al comparar el algebra contemporánea que usa esos signos, y el algebra retórica de los antiguos, él concluye que todo el esfuerzo psicológico dedicado a la solución de problemas adquirió una nueva estructura bajo el impacto de la nueva técnica para designar operaciones. Al referirse a los matemáticos de la antigüedad escribe, ‘Ellos no tenían el simbolismo que sirve para mecanizar el razonamiento y del cual el álgebra moderna deriva su inmensa superioridad. En su algebra no simbólica o retórica, la memoria y la imaginación tienen que ser ejercitadas de modo intensivo para retener una comprensión constante de toda la hebra lógica que conecta la conclusión última con los términos del problema. Los antiguos matemáticos tenían que desarrollar el muy especial tipo de conjunto mental que uno halla en los jugadores de ajedrez quienes no miran el tablero durante el juego. El hecho que Euclides no produjera imitadores y que la teoría de lo incalculable permaneciera sin cambios durante 1,800 años, expresa alguna idea de los poderes sobrehumanos del razonamiento abstracto que se requirieron para este tipo de trabajo.
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Conducta primitiva


Resulta claro que el hombre primitivo, en su propio desarrollo, tuvo que haber dado ese paso vital del cambio de la aritmética natural hacia el uso de signos. Como hemos hallado el mismo cambio en el desarrollo de la memoria y el pensamiento, podemos asumir que esta es la dirección general tomada por el desarrollo histórico de la conducta humana.

Así como el dominio creciente del hombre sobre la naturaleza es menor en el desarrollo de sus órganos naturales que en el aumento de su tecnología, así también el control de sí mismo y del implacable desarrollo de su conducta se halla sobre todo en el aumento de los símbolos externos, dispositivos y técnicas elaboradas en un medio ambiente social particular bajo la presión de las demandas técnicas y económicas.

Todas las operaciones psicológicas naturales del hombre devienen radicalmente alteradas por esas influencias. Algunas se debilitaron, mientras que otras devinieron altamente desarrolladas. Sin embargo, el elemento más importante, decisivo y característico de este proceso es que fue aumentado desde el exterior, y a fin de cuentas fue determinado por la vida social del grupo o de la gente a la cual pertenecía el individuo.

Mientras vemos que los monos usan herramientas pero no símbolos, en el caso del hombre primitivo hallamos el trabajo como la base de su existencia, el cual surge del uso de herramientas primitivas y de la transición de los procesos psicológicos naturales (como la memoria eidética y la percepción directa de cantidades) al uso de símbolos civilizados y a la creación de una tecnología especial que le permite controlar su propia conducta.

Sin embargo, hay en este aspecto un rasgo que caracteriza el estadio alcanzado por el hombre primitivo en su desarrollo. Si nos piden el nombre de un rasgo esencial del hombre primitivo, lo más usual que viene a la mente es magia, o pensamiento mágico. Como trataremos demostrar, este rasgo caracteriza no solo la conducta externa dirigida a lograr el control de la naturaleza, sino también su conducta dirigida al control de sí mismo.

Cualquier ejemplo sencillo será suficiente para ilustrar la esencia de la magia. Digamos que alguien quiere que llueva. Para este propósito procede a llamar la lluvia mediante una ceremonia especial en la cual sopla fuerte, ondea sus brazos y percute un tambor para simular el viento, los relámpagos y los truenos; también vierte agua. En otras palabras, él imita la lluvia, crea un cuadro visual similar al que quiere producir en la naturaleza. Cuando el hombre primitivo o semi-primitivo copula sobre un sembradío, con la esperanza de inspirar la fertilidad, también está empleando una magia similar, basado en la analogía.

Dantsel observó muy bien que el primitivo hace la ceremonia de la fertilidad en aquellas instancias donde nosotros usaríamos técnica agrícola. Estos ejemplos sencillos aclaran que el hombre primitivo recurre a las operaciones mágicas como medios para lograr el control o el dominio sobre la naturaleza, o para provocar, cuando se quiera, varios fenómenos.

Esto es lo que hace humana en esencia a la conducta mágica, más allá del alcance de los animales. Por la misma razón es erróneo referirse a la magia solo como un pensamiento inadecuado. En un sentido, por cierto, es un paso enorme comparado con la conducta animal. Expresa una tendencia humana madura para dominar la naturaleza, en otras palabras, una tendencia de cambio hacia una nueva forma fundamental de adaptación.

La magia exhibe no solo una tendencia hacia el dominio de la naturaleza, sino una tendencia igual de extensa para dominarse uno mismo.

Al respecto, la hallamos en embrión en otra forma de conducta puramente humana: el control sobre nuestras propias reacciones. La magia prevé una influencia básicamente idéntica sobre las fuerzas de la naturaleza y sobre la conducta humana. Puede conspirar en igual medida para inducir ya sea amor o lluvia. Por esta razón, contiene el indivisible núcleo de la técnica futura designada para dominar la naturaleza, de la técnica civilizada para el control de la propia conducta del hombre.

Dantsel por consiguiente halla que, contrario a la práctica objetiva de nuestra propia técnica, podemos en cierto grado clasificar la conducta mágica como un tipo de psicotécnica subjetiva, aplicada de modo instintivo. En su opinión, la falta de diferencia entre lo objetivo y lo subjetivo, y su gradual polarización, marca el punto de partida y el camino más vital del desarrollo cultural.

En la realidad, la separación completa de lo objetivo y lo subjetivo deviene posible solo con base en una técnica altamente desarrollada en la que el hombre, a la vez que influye en la naturaleza, viene a conocerla como algo fuera de sí mismo y sujeta a sus propias leyes especiales. En el proceso de su propia conducta, mientras acumula cierta experiencia psicológica, llega a conocer las leyes que gobiernan su conducta.

El hombre influye en la naturaleza al repeler sus fuerzas y cautivarse de ellas para actuar sobre otros. Actúa sobre sí mismo de modo similar, al repeler fuerzas externas (estímulos) y usarlas para actuar sobre él mismo. Esta experiencia de ejercer influencia mediante la fuerza externa de la naturaleza, esta vía para usar herramientas psicológicas, es idéntica para la técnica y la conducta.

Bühler y Koffka han observado que, como ocurre en el niño al principio, el uso de palabras para simbolizar cosas se parece psicológicamente al uso de palos en los experimentos con chimpancés. Observaciones en el niño han mostrado que, desde el punto de vista psicológico, todas las características del proceso que hemos visto en los monos ocurren una vez más aquí. Lo que distingue al pensamiento mágico del hombre primitivo es el hecho que dos modos de su conducta, dirigidos respectivamente a dominar la naturaleza y dominarse a sí mismo, no han llegado a ser dos entidades separadas.

Reinach define la magia como la estrategia del animismo. Otros autores, como Hubert y Mauss, la han definido como la técnica del animismo. Y por supuesto es verdad que el primitivo, al ver la naturaleza como un sistema de objetos y fuerzas animados, actúa sobre esas fuerzas tal como actúa sobre las creaturas animadas. Por esta razón, Taylor está en lo cierto al considerar la magia como un énfasis erróneo sobre lo ideal a expensas de lo real.

Frazer tiene razón cuando dice que la magia considera el control sobre los pensamientos como el control sobre las cosas: las leyes naturales son suplantadas por leyes psicológicas y, para el hombre primitivo, lo que es similar en la mente es similar en la realidad. Ahí está la base de la magia imitativa. Los ejemplos anteriores dejan claro que en las operaciones mágicas el intento de actuar sobre la naturaleza está gobernado por la ley de la asociación simple a través de la similitud.

Ya que la ceremonia hecha es una reminiscencia de la lluvia, por lo tanto debe provocar lluvia en la naturaleza; ya que el acto sexual lleva a la fertilidad, ello debe garantizar una buena cosecha. Actos como esos prueban ser posibles solo si uno asume que las leyes de la naturaleza y del pensamiento son una y la misma. Una similar identificación entre las leyes de la naturaleza y las del pensamiento también subyace a otras operaciones mágicas, por ejemplo: practicar el daño, partir en dos o perforar la imagen de alguien a quien uno desea herir, o quemar mechones de su pelo, etc.

Nuestra consideración de la conducta mágica del hombre podría quedar incompleta si no señalamos que el hombre despliega la misma actitud no solo hacia la naturaleza, sino también hacia sí mismo.

Palabras, números y nudos usados para memorizar también comienzan a jugar el papel de artefactos mágicos, porque el hombre primitivo no ha controlado aún su propia conducta al punto donde pueda entender las leyes reales que gobiernan el lenguaje, los números o los símbolos mnemotécnicos. Para él, el efecto exitoso de esos aparatos parece mágico, tal como los primitivos solían atribuir a la magia la habilidad del hombre blanco para comunicar sus ideas mediante la escritura, etc.

Sin embargo, sería un gran error darle absoluta importancia al carácter mágico del pensamiento y conducta primitivos como lo hace Lévy-Bruhl, y conferirle el status de rasgo primario, de origen independiente. Como lo señala Thurnwald, la investigación ha mostrado que por cierto la magia no se halla con frecuencia en los pueblos más primitivos. El medio apropiado para su desarrollo solo se halla entre semi-primitivos, mientras que florece entre los primitivos superiores y los antiguos pueblos civilizados. Se necesita un desarrollo cultural considerable para satisfacer los prerrequisitos de la magia.

Es por lo tanto imposible decir que la conducta primitiva y mágica sea co-extensiva, y que la magia no es un rasgo primario del pensamiento sino relativamente tardío. Leroi escribe, “En la magia Lévy-Bruhl ha encontrado una esfera fundamental que confirma sus ideas. Pero la magia también existe entre las gentes civilizadas; como creencia en fuerzas mágicas, no es ipso facto sinónimo de pensamiento contrario a las leyes naturales de la lógica”. Este último punto es en particular importante, pues nos permite entender el verdadero lugar y significado de la magia en la conducta primitiva. Ya nos hemos referido al fino análisis de Thurnwald donde muestra que la ceremonia mágica del alejar a los espíritus de un enfermo, es por completo lógica desde el punto de vista del entendimiento del hombre primitivo de las causas de la enfermedad.

Thurnwald ha demostrado también que para hacer emerger la magia, los poderes técnicos del hombre primitivo deben haberse desarrollado a cierto nivel. Sin ese grado de desarrollo técnico y mental, la conducta no puede asumir rasgos mágicos. La magia, por lo tanto, no genera técnica y mentalidad primitivas: en su lugar, la magia es generada por la técnica y por la técnica relacionada con el pensamiento primitivo.

Esto en particular deviene claro cuando consideramos que la magia no solo llegó a escena demasiado tarde y es relativamente independiente del modo de vida primitivo, sino aún cuando la magia está bastante desarrollada no es la única influencia dominante sobre la conducta y el pensamiento primitivos, y por cierto no tiñe toda la conducta primitiva. Además, como la investigación ha mostrado, ella solo representa una de las muchas facetas de la conducta que, aunque ligada interna u orgánicamente a todas las otras, no puede reemplazarlas y no es idéntica a ellas.

Un investigador, cuya opinión hemos citado, dice que si el hombre primitivo en realidad pensara como lo estableció Lévy-Bruhl no habría sobrevivido más de un solo día. Esto es verdad. Toda la adaptación a la naturaleza, toda la actividad técnica primitiva, caza, pesca y guerra —en una palabra, todos los componentes esenciales de la vida del hombre primitivo, serían por completo imposibles si se basaran solo en el pensamiento mágico, como serían el control de la conducta, la actividad mnemotécnica, los inicios de la escritura y la numeración, y el uso de símbolos. Para lograr el dominio sobre las fuerzas de la naturaleza y de la propia conducta, nuestro pensamiento debe ser real, no imaginario; lógico, no místico; y técnico, no mágico.

Ya hemos visto que el significado mágico de los artefactos mnemotécnicos primarios, palabras y números —y de los símbolos en general— es de origen tardío y en cualquier caso no podemos decir que sea original o primario. Leroi tiene razón cuando dice que no hay nada primitivo en el significado místico de los números. Lo mismo es cierto con el aumento tardío de la magia. En todo caso la magia no es el origen primario del desarrollo cultural, ni es sinónimo de lo rudimentario y lo primitivo en el pensamiento. Aún cuando esto ocurra, como ya hemos visto, no abarca la conducta como un todo.

En palabras de Leroi, “El hombre primitivo existe en dos planos diferentes, uno es natural o experimental, mientras el otro es sobrenatural o místico. Esto se aplica en igual grado a la mente del primitivo y a su vida. Los dos planos pueden fusionarse aunque no es la regla, pese a las afirmaciones de Lévy-Bruhl”. Mientras que la importancia de los magos no debe ser subestimada, dice Leroi en otra relación, tampoco debe exagerársele; sobre todo, debería considerársele en su propio contexto. “En otras palabras, es erróneo afirmar que la mente primitiva con frecuencia mezcla poderes mágicos con habilidad técnica”. Aquellos que devienen jefes, por ejemplo, no son magos, pero son aquellos con mayor edad y experiencia, valor y elocuencia.

El principal error de Lévy-Bruhl es no dar el debido peso a la actividad técnica y al intelecto práctico del hombre primitivo. El uso de implementos, los cuales aunque ligados genéticamente con las operaciones del chimpancé es de un calibre infinitamente superior, es fundamentalmente diferente de la magia.

Lévy-Bruhl con frecuencia malinterpreta el pensamiento del primitivo como idéntico a su actividad instintiva y automática.

Leroi en este punto dice lo siguiente: “No puede compararse, como lo hace Lévy-Bruhl, la actividad técnica del hombre primitivo con la habilidad del jugador de billar. Este es un sujeto capaz en comparación con el modo de nadar y de trepar árboles del primitivo, pero hacer un lazo o un hacha requiere mucho más que una operación instintiva: el material debe ser escogido y sus propiedades reconocidas; después tiene que ser secado, suavizado y cortado, etc. En todo esto, la habilidad puede dar precisión a los movimientos de una persona, pero no puede analizarlos o combinarlos. El jugador de billar puede no tener habilidad matemática alguna, pero el diseñador del juego debe haber tenido más que habilidad instintiva. ¿La falta de teoría abstracta significa ausencia de lógica? ¿Al ver que el bumerán regresa a él, cómo el primitivo no atribuirá este efecto a un espíritu? Tendría que haber visto en esto el resultado de su forma e identificar los detalles funcionales para reproducirlo”.

No es nuestro propósito ahondar aquí en esta materia. El problema de la magia trasciende mucho los confines de nuestro tema y requiere algo más que investigación y explicación psicológica; sin embargo, deseamos arriesgar la suposición teórica que el pensamiento mágico, considerado como la diferencia entre la necesidad de controlar las fuerzas naturales y la habilidad real para hacerlo, no solo se debe a un desarrollo inadecuado de la técnica y la razón, acompañado por una exageración de los propios poderes, como dice Thurnwald, sino que emerge en cierto estadio del desarrollo de la técnica y del pensamiento, como producto necesario de la tendencia, todavía no dividida, a controlar tanto la naturaleza como la propia conducta, de la unión primitiva de la “psicología y la física ingenuas”.

A lo largo de esta presentación, hemos buscado mostrar que los dispositivos del pensamiento primitivo son creados y llevados inevitablemente hacia el pensamiento integrado, preparando el terreno psicológico para la magia. Una divergencia en el curso del desarrollo del intelecto práctico, o pensamiento técnico, y del pensamiento oral o verbal es el segundo pre requisito para la emergencia de lo mágico. La necesidad del desarrollo temprano del pensamiento técnico, y la adaptación y subyugación de las fuerzas de la naturaleza a nuestro propio poder, constituye la mayor diferencia entre el intelecto del hombre primitivo y el niño.

La tercera teoría del desarrollo psico-cultural, a la que nos hemos referido en uno de los primeros parágrafos de este capítulo y cuyos principales aspectos hemos buscado desarrollar en este estudio, sostiene que los componentes básicos del desarrollo psicológico del hombre primitivo pueden ser hallados en el desarrollo de la técnica y del correspondiente desarrollo de la estructura social. Lo mágico no da origen a la técnica, sino el desarrollo correspondiente de la técnica, bajo las condiciones especiales de la vida primitiva, es lo que da origen al pensamiento mágico.

Esta unión primitiva de “psicología ingenua” con “física ingenua” puede verse con especial claridad en los procesos del trabajo primitivo, los cuales, para nuestro arrepentimiento, hemos dejado a un lado, pero son la verdadera llave para entender toda la conducta del hombre primitivo. Esta unión halla su expresión material simbólica en la combinación de la herramienta y el símbolo que es tan común entre los pueblos primitivos. Por ejemplo, como dice Bucher, “En Borneo y las Célebes se ha encontrado estacas especiales para excavar, con un palo más pequeño atado en un extremo. Cuando la estaca es usada para aflojar la tierra durante el sembrado del arroz, el palo pequeño emite un sonido”. Este sonido es muy similar a los gritos de mando dirigidos a regular el ritmo del trabajo. El sonido del artefacto atado al palo de excavar toma el sitio de la voz humana. Aquí, una herramienta como medio para actuar sobre la naturaleza y un símbolo para estimular la conducta se combinan en el mismo dispositivo, del cual evolucionarán más tarde la pala primitiva y el tambor.

La combinación de las tendencias hacia el control de la naturaleza y al control de la propia conducta en el acto mágico, el cual refleja el inicio del desarrollo cultural en el espejo distorsionado de la magia —el título completo del hombre, en palabras de Thurnwald— es el rasgo más característico de la personalidad del primitivo. El desarrollo cultural posterior, controlado por el dominio creciente de la naturaleza, produce la divergencia de esas dos tendencias. Un desarrollo técnico más avanzado eventualmente separa las leyes de la naturaleza de las del pensamiento, y comienza el acto mágico a declinar.

En paralelo con el mayor grado de dominio sobre la naturaleza, la vida social y el trabajo comienzan a hacer cada vez más imperativo el control sobre nuestra propia conducta. El lenguaje, los números, la escritura y otros dispositivos técnicos se desarrollan. Con su ayuda, la conducta del hombre crece a niveles nuevos.

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