El cerebro y el entorno sociocultural
Luciano Mecacci
En Journal
of Social and Biological Structures, no. 4, pp. 319-327, 1981.
https://sci-hub.se/https://doi.org/10.1016/S0140-1750(81)90026-9
Traductores: Eduardo Gasca y Fernando Álvarez
Nota: Esta es la primera vez que recibimos y decidimos incluir
en este blog traducciones ajenas a las hechas
por quien lo maneja, debido a la buena traducción de los trabajos de Luciano
Mecacci, a quien el autor del blog reconoce como uno de los más importantes
vygotskianos vigente desde hace muchos años. Los artículos nos fueron enviados
por J. Fernando Álvarez.
Por lo general se estudia al cerebro humano como un
objeto natural que opera en un mundo de estímulos naturales. No se le presta
suficiente atención a la organización funcional del cerebro que depende del
entorno sociocultural. Las perspectivas de la investigación están trazadas con
la intención de verificar la hipótesis de las influencias sociales y culturales
sobre el funcionamiento del cerebro.
En los libros de texto de los inicios de la fisiología,
al estudio del sistema nervioso se le daba el nombre de “fisiología de la vida
relacional” para indicar el hecho de que, al estudiar el sistema nervioso,
había que investigar las relaciones entre el organismo humano o animal y el
entorno. El presente trabajo se propone examinar ciertas características del
concepto de entorno que emplea la neurofisiología, así como los aspectos
críticos que presenta dicho concepto cuando se le extiende al estudio del
cerebro humano.
El cerebro como objeto natural
Lo que se quería señalar mediante el término entorno
en la neurofisiología clásica es relativamente fácil de establecer. Basta
mencionar el modelo de arco reflejo que dominó la investigación
neurofisiológica hasta mediados del siglo XX. En la explicación de los mecanismos reflejos en su Tratado
del hombre (1972), Descartes ponía varios ejemplos ilustradores, por ejemplo,
la conocida figura del niño que se quema el pie en el fuego y lo retira
inmediatamente.
La acción
refleja es la respuesta a un estímulo proveniente del entorno, es decir, el
fuego en el ejemplo anterior (Fig. 1). Varios siglos después, en su obra fundamental
sobre neurofisiología, Sherrington (1906) mencionaba los procesos que ocurren
cuando miramos el sol como ejemplo efectivo de la interacción entre organismo y
entorno. El fuego y el sol constituyen los equivalentes naturales de los
estímulos del entorno utilizados en los laboratorios de neurofisiología, por
ejemplo, calor, luz, sonido y estímulos táctiles, etc., los cuales, sin embargo,
aún son estímulos pertenecientes al entorno natural, es decir, que pueden ser
descritos por la física y cuantificados por la matemática.
La primera crítica que podría hacerse es, por
supuesto, la que se levanta contra los conductistas en su estudio de la
conducta animal, es decir, la artificialidad de la situación ambiental
reproducida en el laboratorio. Como es sabido, esta crítica se justifica
plenamente cuando se aduce que los mecanismos elementales estudiados en el
laboratorio pueden ser utilizados como la base para una explicación del
comportamiento molecular en el entorno natural. Pero se justifica menos cuando
se le aplica a una neurofisiología que tiene un alcance más limitado, como el
estudio de los mecanismos elementales del sistema nervioso en sí.
Fig. 1. El niño que se quema y retira el pie es la clásica ilustración tomada de la idea de reflejo en el Tratado del hombre de Descartes. El estímulo (fuego) afecta los receptores del pie: el impulso es trasmitido al cerebro a lo largo de los nervios centrípetos, desde el cual se ordena la respuesta y se la trasmite de nuevo al pie a lo largo de los nervios centrífugos. La figura constituye entonces otro ejemplo de la visión del cerebro tradicionalmente naturalista. Conviene señalar que esta famosa ilustración no era del propio Descartes, y la insertó el editor en la publicación póstuma del libro del libro, de acuerdo con el texto.
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En nuestra opinión un problema mucho más serio es el existente en relación con los estímulos empleados en neurofisiología para reproducir la situación ambiental. Estudios recientes de la neurofisiología de la visión han mostrado que los estímulos empleados en el laboratorio a menudo no son los más adecuados para el sistema nervioso. Los estímulos escogidos por el neurofisiólogo son los correspondientes al producto, es decir, al resultado final de las transformaciones internas, nerviosas, experimentadas por los estímulos adecuados verdaderos. Por ejemplo, aunque el triángulo que percibimos es el producto final de la actividad de nuestro cerebro, las células del sistema visual no han “visto” realmente un triángulo como tal, sino tan solo un conjunto de propiedades físicas y estructurales. Por consiguiente, si nuestro objetivo es estudiar los mecanismos elementales del sistema visual de acuerdo con un método neurofisiológico, el estímulo adecuado no es el que salta inmediatamente a la mente al investigador, ni aquellos con los cuales él guarda una familiaridad cotidiana; el estímulo adecuado está constituido por las propiedades físicas y estructurales fundamentales. Esta observación crítica se aplica mucho mejor en el caso de la investigación neurofisiológica en procesos tan complejos como la percepción, la memoria, el lenguaje, etc., en los que podríamos encontrar un tipo de enfoque antropomórfico o quizás inconscientemente fenomenológico: al estudiar el cerebro el investigador hace uso de aquellos estímulos que, según su experiencia –es decir, según como las cosas parezcan ser para él como sujeto– están activando la actividad cerebral. Además de la condición de naturalidad o artificialidad del estímulo, en neurofisiología otro aspecto importante del concepto de entorno lo constituye el problema de las influencias ambientales sobre las neuronas y la actividad cerebral. Hasta hace unas pocas décadas se creía que el entorno y el sistema nervioso interactuaban y que un estímulo activaba el sistema nervioso y este respondía al estímulo, sin que los mecanismos involucrados en la respuesta fuesen modificados por el estímulo. Se pensaba que solo la respuesta variaba como función del estímulo, y no los mecanismos de mediación. Hará unos diez años se comenzó a controvertir esa concepción. Aquí nos interesa no solo la investigación de los cambios en la química del cerebro producidos por el entorno en que viven los animales (Horn, Rose & Bateson, 1973; Bennett, Diamond, Krech & Rosenzweig, 1964), sino sobre todo los estudios de la pérdida de la visión. Los primeros experimentos sensacionales fueron reportados en 1970, y el de Blakemore y Cooper tenía el significativo título de “El desarrollo del cerebro depende del entorno visual” (Blakemore & Cooper, 1970; Hirsch & Spinelli, 1970). Basando su trabajo en literatura anterior sobre la selectividad de las neuronas del córtex visual para la orientación, los autores criaron cachorros de gato desde su nacimiento en un cilindro cuyas paredes fueron pintadas a barras negras y blancas. Hallaron que los gatos adultos tenían solamente neuronas que eran particularmente sensibles a las barras verticales, si los animales habían sido expuestos únicamente a barras verticales, y solamente neuronas particularmente sensibles a las barras horizontales en el caso de que se les hubiese expuesto únicamente a barras horizontales. Esos experimentos se repitieron muchas veces, y también fueron objeto de duras críticas (Blakemore, 1978; Mafei & Mecacci, 1979, capítulo VII). De todos modos se establecieron dos hechos importantes: los mecanismos y la organización del cerebro que el animal adquiere genéticamente al nacer pueden ser modificados extensamente por los estímulos del entorno y por consiguiente no producir respuestas normales; y segundo, ese efecto es posible solo en determinados períodos posnatales críticos. Mediante este tipo de experimentos la neurofisiología moderna investiga las relaciones entre el cerebro y el entorno de una manera plástica, como un conjunto de interacciones que pueden tener un efecto directo sobre los procesos cerebrales que gobiernan las propias interacciones. Aunque estos estudios hasta ahora han sido llevados a cabo utilizando únicamente animales, se cree que los resultados pueden hacerse extensibles a una descripción de las propiedades del cerebro humano.
Los principales autores de trabajos en el campo de la
neurofisiología contemporánea, siguiendo una tradición trasmitida de maestro a
discípulo, han investigado los procesos elementales del sistema nervioso, la
actividad refleja, las sinapsis y los receptores, así como la significación más
amplia de su investigación para una comprensión del cerebro humano
(Sherrington, 1940; Adrian, 1947; Eccles, 1970; Granit, 1977). Se cree que el
cerebro humano posee básicamente las mismas características funcionales que el
cerebro animal, que los neurocientíficos han investigado directamente, al igual
que ciertas propiedades peculiares, a las cuales Sherrington y Eccles les han
dado una connotación puramente espiritualista: allí donde se descubre que el
cerebro descrito por la neurofisiología necesita de algo más, recurren al alma,
una entidad que solo puede ser definida en términos fantasiosos, no
neurofisiológicos. Se hace uso del alma, o alguna otra explicación
espiritualista cada vez que se presenta el problema de las relaciones entre el
cerebro y la conciencia, entre el cerebro y las actividades intelectuales más
elevadas del hombre. Tomar como punto de partida una concepción fisicalista y
naturalista del entorno con el que interactúa supuestamente el cerebro del
hombre, es decir, el entorno que estudia la neurofisiología clásica, conduce
directamente a la solución dualista de Sherrington o Eccles: por una parte, el
cerebro con sus leyes descrito por la neurofisiología, rodeado de un mundo de
luz, sonido y estímulos táctiles; por la otra, “algo” de lo cual dependen el
valor, la conciencia y los productos culturales de un individuo que vive en la
sociedad humana.
Historia del cerebro
Esta situación cambia cuando se considera al cerebro
humano en el contexto de una concepción del hombre y de la relación entre
hombre y naturaleza diferente. La naturaleza con la cual interactúa el hombre
no es nada más una colección de fenómenos físicos abstractos, sino una
naturaleza transformada por el hombre durante la historia de la producción y la
historia de la ciencia y la cultura. En el contexto de nuestro estudio de los
estímulos ambientales, los estímulos puramente físicos pertenecen a una
naturaleza abstracta producida por la mente del neurocientífico. No
corresponden al entorno en el cual está basado el desarrollo de la historia
humana. Esto no significa que dichos estímulos abstractos no activan procesos
nerviosos y cerebrales. Probablemente todos estaremos de acuerdo en que
mediante la variación de las longitudes de onda de la luz o las frecuencias del
sonido es posible explicar los procesos fundamentales que el cerebro humano
comparte con otras especies animales, pero no sus características específicas. El
problema es que esos estímulos no son los estímulos que activan los procesos
nerviosos y cerebrales al nivel de complejidad de las respuestas exhibido por
el cerebro altamente desarrollado de la especie humana. Sin embargo, el
carácter abstracto de los estímulos no es el aspecto más difícil de esclarecer
en la investigación del cerebro. Existe otro problema más espinoso. La
naturaleza que el hombre ha cambiado no es solo la naturaleza del entorno que
lo rodea, sino también la propia naturaleza del hombre mismo, su cuerpo y sobre
todo su cerebro.
Un
enfoque comparativamente poco conocido que podría resultar de utilidad para
abordar este problema lo propuso el psicólogo soviético Liev S. Vygotski (1978)
a comienzos de la década de los 30 del siglo pasado, y lo elaboró de manera
sistemática Aleksandr R. Luria, quien fue también responsable de la extensión
más válida y mejor conocida de esta teoría a la investigación experimental y
clínica (Luria, 1973; Mecacci, 1979). Vygotski
introdujo una expresión que representaba una novedad total en las teorías
tradicionales del cerebro, a saber: “historia de las funciones cerebrales”. El
término era empleado para indicar que el cerebro humano tenía una historia
propia, no solamente en el sentido de que representa el producto de una
evolución biológica, sino también en el de que el cerebro humano se desarrolla
como una función de la historia humana y social. En nuestra interpretación,
esta teoría afirma que el cerebro humano está equipado genéticamente con un
complejo de estructuras como una organización funcional, cuya maduración puede
tener lugar en diferentes tiempos luego del nacimiento. No obstante, la
organización funcional del cerebro no depende solamente de la maduración
prestablecida genéticamente. Depende también de la interacción entre el
individuo y su entorno social y cultural y, por cuanto que este último está
determinado históricamente, en definitiva depende de la historia misma. Para
emplear la terminología de Luria, los procesos psicológicos humanos consisten de
un sistema integrado de procesos más simples, cada uno de los cuales constituye
una función de una estructura cerebral específica. Estos sistemas integrados
son llamados “sistemas funcionales” (Luria, 1973). Se desarrollan durante la
ontogénesis bajo la influencia de variables sociales y culturales. Por ejemplo,
la percepción del color en los seres humanos consiste en un sistema de
funciones neurales que es más complejo que en las demás especies animales.
Ciertamente, en los seres humanos la percepción del color no solo involucra a
las estructuras (y sus funciones) conectadas con la decodificación de la
longitud de onda como en otros animales (es decir, la retina, el cuerpo lateral
geniculado y otras estructuras cerebrales), sino también una conexión con los
centros cerebrales del lenguaje. La conexión entre
la codificación específicamente visual y la codificación verbal, que son mediadas
por diferentes centros del cerebro se logra durante la ontogénesis junto con la
adquisición del lenguaje por el niño. A partir de allí la percepción del color
consiste en un sistema que integra las funciones visuales y verbales. Sin embargo, esa organización cerebral no es
la misma en el cerebro de todos los seres humanos porque se ve afectada por
variables socioculturales, como lo muestran estudios transculturales sobre la
asignación de nombres a los colores (Bornstein, 1973). Fábrega (1977) ha
señalado otras áreas de investigación en las que es posible percibir una
diferenciación cultural en los procesos universalmente psicológicos de la
especie humana (la percepción del dolor, por ejemplo). Por consiguiente, la
investigación psicológica transcultural también demuestra ser útil como
demostración de los efectos de las influencias sociales y culturales en la
organización del cerebro. Debemos hacer mención especial en esta conexión del
enfoque de Cole y colaboradores (Cole & Scribner,
Brain and socio-cultural environment,
1974) que tiene presente la teoría de Vygotski y Luria de las funciones
psicológicas superiores como los sistemas funcionales cerebrales y los procesos
culturalmente determinados.
Surge
la pregunta de si hay alguna oportunidad de verificar esas hipotéticas
influencias sociales y culturales sobre la organización funcional del cerebro
mediante el estudio directo de las funciones cerebrales. Dos líneas de enfoque
hasta el momento comparativamente sin explotar parecen guardar especial
interés. La primera de ellas consiste en la investigación de las diferencias
funcionales en el cerebro de individuos pertenecientes a culturas diferentes, y
la segunda concierne al cerebro de seres humanos individuales. El estudio del
cerebro de individuos de diferentes culturas se puede comprender de dos maneras
que resultan complementarias. Un enfoque sería estudiar el cerebro de
individuos que hayan vivido en diferentes períodos de la historia humana. La
investigación del cerebro de los homínidos ha alcanzado un alto nivel
metodológico. No obstante, la cobertura de la investigación
neuropaleoantropológica ha sido hasta ahora más la indagación de rasgos
constantes que las variaciones en la organización estructural y funcional del
cerebro humano (Holloway, 1974; Washburn, 1978). La posibilidad de estudiar el
desarrollo de la organización funcional del cerebro humano en épocas históricas
más recientes se vería acrecentada por la disponibilidad de evidencia indirecta
proporcionada por la arqueología y los documentos históricos. No se ha llevado
a cabo ninguna investigación sistemática acerca de este tema. La indagación
acerca de la dominancia de la mano derecha constituye un ejemplo interesante de
reconstrucción indirecta. Los documentos artísticos han hecho posible establecer
que por al menos quince mil años la mano derecha ha sido dominante en varias
actividades humanas (caza, trabajo manual, escritura, etc.) (Coren & Porack,
1977). El segundo tipo de enfoque atañe a la organización funcional del cerebro
en poblaciones vivientes de diferentes culturas. Este tipo de investigación
podría hacer una importante contribución a la verificación de las hipótesis
socioculturales. Tampoco se ha llevado a cabo ninguna investigación sistemática
en esta área. Hay que hacer una distinción entre la investigación que compara
poblaciones en aproximadamente el mismo nivel de civilización (es decir, un
área que se podría definir como neuropsicología transcultural) e investigación
sobre poblaciones en un nivel primitivo (neuroantropología). Una línea de
investigación altamente prometedora en el área de la neuropsicología
transcultural es la comparación del grado de especialización hemisférica en
poblaciones diferentes. Un gran cuerpo de datos concierne a la preferencia de
la mano derecha como índice de lateralización del cerebro (Dawson, 1977) o las
diferencias en los efectos de la lateralización en las tareas visuales y
verbales halladas gracias a la comparación, por ejemplo, de personas judías e
inglesas (Orbach, 1967), bilingües y monolingües de español-inglés (Walters &
Zatorre, 1978), y personas inglesas y japonesas (Hatta, 1979).
Los
recientes estudios sobre el “cerebro japonés” (Tsunoda) merecen atención
especial. La investigación sobre la organización cerebral del habla (Tsunoda,
1973, 1976) ha puesto en evidencia una especialización funcional diferente de
los dos hemisferios cerebrales en el japonés con respecto a las poblaciones
occidentales. Esto parece deberse a un proceso de adquisición del lenguaje
especial en el japonés, a una interacción especial entre la codificación verbal
y la información verbal y no verbal externa, y a la mediación verbal de los
“significados” aprendidos culturalmente debida a los estímulos externos. Por
ejemplo, en el cerebro japonés una voz humana, un ruido animal (el ladrido de
un perro, pájaros cantando, etc.) o el sonido de la música instrumental
japonesa, son procesados por el hemisferio izquierdo, en tanto que en las
poblaciones occidentales el hemisferio derecho es el dominante en el
procesamiento de esa información. Según Sanches (1979), esos estímulos son
procesados en el hemisferio izquierdo porque están llenos de un valor
comunicativo desconocido para los occidentales. Este valor comunicativo, estos
significados, obviamente son aprendidos en el entorno sociocultural japonés en
el que el joven es criado. En estrecha relación con los datos de Tsunoda y
Sanches sobre las relaciones entre cerebro y habla en el japonés está la
literatura sobre la organización cerebral que cimenta la escritura y la
lectura. En el japonés existen dos sistemas de escritura: un sistema
logográfico (kanji) y un sistema fonético (kana) (Fig. 2).
Fig. 2. Los
sistemas de escritura kanay kanji son empleados en el mismo
texto. Para procesar los dos sistemas el cerebro japonés tiene una organización
de funciones especial.
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La investigación en los afásicos japoneses indica que
estos dos sistemas están mediados por estructuras cerebrales diferentes
(Sasanuma, 1975), mientras que experimentos en sujetos normales han mostrado
que el hemisferio derecho es dominante en el reconocimiento de los caracteres kanji
y el hemisferio izquierdo en el reconocimiento de los caracteres kana
(Hirata & Osaka, 1967; Sasanuma, Itoh, Mori & Kobayashi, 1977; Hatta,
1977). Estos resultados son confirmados por la ejecución de la lectura en los
dos sistemas hecha por pacientes japoneses tras una comisurotomía parcial. Los
japoneses pueden leer material escrito presentado en el campo visual izquierdo
y proyectado en el hemisferio derecho cuando ese material está en caracteres kanji. En el caso del material en kana (el tipo fonético) se observaron
deficiencias que son similares a las encontradas en los pacientes occidentales
con “cerebro bisecado” (Gazzaniga, 1970), a quienes para que puedan leer el
material verbal, este hay que presentárselo en el campo visual derecho y
proyectárselo en el hemisferio izquierdo (Sugishita, Iwata, Tokoyura, Yoshioka &
Yamada, 1978).Esta interacción en los japoneses entre los hemisferios del
cerebro al leer y escribir constituye una vez más un fenómeno histórico, dada
la sobreimposición de la escritura china (de la cual se derivó el kanji) al lenguaje hablado japonés
aproximadamente en el siglo V. A partir de ahí, la organización funcional del
cerebro en el japonés implicado en los procesos de escritura y lectura ha
tenido un desarrollo diferente al de las poblaciones occidentales. El procesamiento
del lenguaje y la escritura china en los chinos parece no requerir de la
organización cerebral típica de los japoneses (Tzeng, Hung, Cotton & Wang,
1979; Naeser & Chan, 1980), mientras que la decodificación de los dos
sistemas de escritura en coreano parece requerir un procesamiento diferenciado
y probablemente también procesos cerebrales diferenciados (Park & Arbuckle,
1977).
La cuestión de si era o no posible emprender un estudio
neuroantropológico fue planteada por Paredes & Hepburn (1976), quienes
emplearon el principio de la asimetría funcional de los dos hemisferios
cerebrales para explicar las características transculturales de los procesos
cognoscitivos. Se piensa que estas variaciones entre poblaciones dependen de
una lateralización diferente de los procesos cognoscitivos en los dos
hemisferios, de la preponderancia de uno de los hemisferios en la organización
cerebral general, que dependería de los tipos de interacción específicos con el
entorno de acuerdo con los medios de producción, las relaciones sociales y la
cultura de las poblaciones involucradas. Que sepamos no ha habido ninguna
investigación sistemática de la especialización hemisférica en poblaciones
primitivas. Además de los experimentos en sujetos normales, sería necesario
investigar los desórdenes de los procesos cognoscitivos producidos por lesiones
cerebrales en individuos pertenecientes a dichas poblaciones. La discusión
causada por el artículo de Paredes & Hepburn (1976) ha revelado la
necesidad de un estudio riguroso de la asimetría hemisférica en poblaciones
occidentales y orientales, primitivas y no primitivas, antes de hacer
extrapolaciones excesivamente generales del tipo: la mente analítica y lógica de
los occidentales es indicativa de la dominancia del hemisferio izquierdo, en
tanto que la mente sintética y mística oriental es debida a la dominancia del
hemisferio derecho.
La otra línea de investigación principal está basada
en el estudio del cerebro de los individuos en particular. También en este caso
existe la posibilidad de varios enfoques metodológicos. Antes que nada, en lo
referente a los estudios antes mencionados acerca de la especialización
hemisférica ha habido varios experimentos recientes que han puesto en evidencia
la diferenciación individual en los efectos de la lateralización y la
preferencia manual. El grado de especialización hemisférica guarda correlación
con varios índices de estilo cognoscitivo (Pizzarniglio, 1974) y de personalidad
(Charman, 1979), mientras que se ha encontrado que la actividad profesional,
por ejemplo en artistas (Mebert & Michel, 1980), afecta la preferencia
manual. Las variaciones individuales en la actividad cerebral han sido objeto
de investigación sistemática en trabajos soviéticos que van desde la concepción
pavloviana de los tipos de sistema nervioso a los estudios actuales que
correlacionan las diferencias psicofisiológicas con la ejecución cognoscitiva y
los perfiles de personalidad (Mecacci, 1976; Powell, 1979). Un enfoque más
reciente se interesa en los efectos del daño cerebral en los procesos
psicológicos. Este último con la preferencia de Luria, que le ha dedicado
varios trabajos a la descripción detallada de casos clínicos (por ejemplo, el
clásico caso de afasia que analizó en 1972).
El enfoque clínico difiere en sus peculiaridades del
enfoque experimental basado en la comparación entre casos individuales
diferentes. Lo que es significativo en el enfoque clínico es la historia previa
del sujeto, su cultura y su personalidad dañada por la lesión cerebral. En el
enfoque experimental se intenta hallar una correlación entre los desórdenes
psicológicos y el daño a estructuras cerebrales específicas que sea válida por
encima y más allá de cualquier manifestación individual peculiar (Luria & Majobvski,
1977). La historia de las funciones cerebrales va así más allá del mero
desarrollo del cerebro humano a través de la historia humana. El desarrollo de
las funciones cerebrales interactúa con las variables ambientales, y la
organización funcional depende de esta interacción. Por consiguiente el cerebro
de un ser humano está constituido por una organización funcional que se ha
desarrollado en un entorno social y cultural específico, y cualquier daño que
le ocurra a ese cerebro tendrá un efecto que varía de un individuo a otro. Al
verificar esta hipótesis los estudios llevados a cabo sobre la organización del
cerebro de los sujetos que aprenden una segunda lengua a una edad temprana
también resultan ser sumamente importantes. Se ha encontrado que el “cerebro
bilingüe” posee una organización diferente de la del “cerebro monolingüe”, y
dicha organización varía de acuerdo con las lenguas involucradas (Albert & Obler,
1978). Se piensa también que los sujetos que han sufrido privación de su
relación emocional y social en una edad temprana, y que no han adquirido
lenguaje de la manera normal poseen una organización funcional cerebral
diferente, según indica la evidencia experimental, como lo indica el
interesante caso de Nadia, una niñita autista con extraordinaria habilidad para
el dibujo (Selfe, 1977), y Genie, otra pequeña cuya tardía adquisición de
lenguaje se piensa que fue mediada por el hemisferio derecho (Curtis, 1977). Se
puede considerar que las variaciones individuales en las funciones cerebrales
(y por lo tanto en la conducta) son debidas a diferencias anatómicas. La
investigación en la anatomía y citoarquitectónica del cerebro de personas
“normales” y “eminentes” ha revelado una amplia gama de variabilidad individual
(Sarkisov, 1966; Meyer, 1977). Aparte de los problemas metodológicos implicados
en una investigación de este tipo, se debe considerar que a menudo se
interpretan los resultados como la prueba de la naturaleza “innata” de las
diferencias psicológicas individuales, estas últimas basadas aparentemente en
la estructura cerebral. Hasta que haya a la mano datos más sistemáticos sobre
la estructura cerebral desde el nacimiento hasta la adultez, cuando será
posible verificar si esa estructura permanece constante en el tiempo de un individuo
a otro o por el contrario cambia; continuará siendo válida la interpretación
contraria, según la cual las variaciones individuales halladas post mortem
tanto en cerebros adultos tanto normales como eminentes se deben a
interacciones específicas entre su cerebro y el entorno.
Conclusión
El cerebro humano no es nada más una vasija o
instrumento al servicio de los valores o de una cultura impuestos desde el
exterior. Es el propio cerebro el que, en su interacción con el entorno social
y cultural y en su variedad individual manifestada a lo largo de la historia
humana, produjo y aún produce valores y culturas. Sin embargo, tanto en la
neurofisiología como en la neuropsicología actuales, el objetivo es detectar
las semejanzas y no las diferencias en las funciones cerebrales. En vista de
este enfoque, se ha creado un entorno abstracto con el propósito de estudiar
las respuestas de un cerebro que comparte muchos rasgos con los de otras
especies animales, pero tiene poco en común con el cerebro humano. En el
estudio del cerebro humano no se debe rechazar la investigación
neurofisiológica y neuropsicológica, y esta última se le debe encomendar a los
psicólogos, sociólogos y filósofos. Es asunto de cambiar la dirección de las
líneas de investigación cuando queramos apreciar la significación de la
dimensión biosocial del hombre en el nivel de su estructura más importante: su
cerebro.
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